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La caída de Rosell y la batalla por la CEOEPLL

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Esa calma chicha sobre la que ha surfeado la CEOE los dos últimos años toca a su fin. Los últimos acontecimientos parecen indicar que las hostilidades se desatarán más pronto que tarde por el liderazgo de la patronal tras el tsunami de la reorganización del Imperio Caixa. Las réplicas en el seno del grupo financiero se han sentido en una y otra punta del país, de forma que los temblores que comenzaron en avenida Diagonal, Barcelona, se han ido propagando por doquier hasta alcanzar Diego de León 50, Madrid.

Así, mientras Isidro Fainé cortaba las alas al actual presidente de la patronal, Juan Rosell, anunciando su salida del consejo de Gas Natural sin que previamente le hubiera comunicado en persona tal cosa, en Madrid, Juan Pablo Lázaro, líder del empresariado local, hacía un brindis público en honor de Antonio Garamendi, colocándole ya como “próximo presidente de la CEOE”, gestos que bien podría haber firmado Frank Underwood, ‘prota’ de 'House of Cards'.

Aquella ‘pax romana’ que rubricaron Rosell y Garamendi el 17 de diciembre de 2014 luego de una cruenta batalla fratricida, y en la que el primero consiguió revalidar su mandato por cuatro años más al frente de la CEOE, parece tener los días contados. Volverán las oscuras golondrinas y los dosieres bajo de la mesa.

Los presidentes de CEOE, Juan Rosell (2i), y de Cepyme, Antonio Garamendi (i), junto a los secretarios generales de CCOO, Ignacio Fernández Toxo (d), y UGT, Josep María Álvarez (2d).

La batalla de entonces quedó opacada por el sempiterno pragmatismo de los señores del parné. Uno y otro transaron con el reparto de puestos claves e influencia en las federaciones a la espera de cambios sustantivos en la sede de CEOE. Garamendi parecía satisfecho. De alguna forma, Rosell había escrito en su cuaderno de bitácora la intención de conquistar un puesto relevante en alguna compañía Ibex 35 y dejar su cargo en manos de este a mitad de mandato. Pero su gozo ha caído en el más profundo de los pozos.

Primero lo intentó sin éxito con CaixaBank, sillón que recayó finalmente en Jordi Gual, y después maniobró aquí y acullá, en Moncloa y en Repsol, para tratar de hacerse con la presidencia de otra cotizada, Gas Natural, poltrona para la que había venido haciendo méritos con charlas como experto en energía y publicaciones varias ('¿Y después del petróleo, qué? Luces y sombras del futuro energético mundial'. Deusto, 2007). 

Ambos asaltos al Ibex 35 suponían un desafío a Isidro Fainé, comandante en jefe del Imperio Caixa y uno de los pocos factótums que han pervivido a la crisis, y ambos intentos fracasaron. “Rosell se equivocó. Midió mal sus fuerzas”, interpreta una persona próxima al patrón de patrones. “Lo intentó con CaixaBank y como se quedó sin ello fue a por Gas Natural. Pero Gas era de Fainé. Le pudieron las prisas. Para su golpe de mano, se apoyó en Brufau [Repsol] y, como es conocido, mentar a Brufau en las torres negras [Caixa] es mentar al diablo”.

Al saber de sus intenciones, la guardia de corps de Caixa (Francisco Reynés y Ángel Simón) cerró filas en torno al jefe. El pasado 21 de septiembre, Isidro Fainé se alzaba con la plaza anhelada por Rosell, la presidencia de Gas Natural, no sin antes sacar a su ‘rival’ del consejo de la gasista. A cambio, le daba como premio de consolación un puesto en VidaCaixa, la filial aseguradora. Aquel era el precio a pagar por haberse postulado cuando no tocaba.

Rosell, una vez más, se quedaba sin nada. Lo de irse de vacío es un ‘déjà vu’ para el de CEOE. Ya en 1996, cuando el rey mago Aznar empezó a repartir empresas públicas entre los empresarios afines, a él no le cayó ni la pedrea. Veinte años después, la historia se repite.

Sin empresa del Ibex y con su periplo en la patronal a punto de expirar luego de dos mandatos, Rosell abandona su despacho de Diego de León con una mano delante y otra detrás. No porque no tenga posibles, pues como empresario cuenta con su propio grupo de activos, sino porque se queda sin altavoz para continuar con su proyección pública y política.

Hay unanimidad en la buena labor desempeñada por Rosell al frente de la CEOE. Reconocen que le ha dado la vuelta como un calcetín a una organización ajada y manchada de corrupción, donde todavía perviven las huellas de su antecesor, Gerardo Díaz Ferrán, que cumple condena en Soto del Real, y del expresidente de CEIM, Arturo Fernández, cuyos rostros aparecen estos días en las pantallas de plasma de las tarjetas 'black'.

El expresidente de la patronal de Madrid y de la Cámara de Comercio Arturo Fernández, uno de los 65 usuarios de las tarjetas opacas de Caja Madrid, a su llegada a la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares.

“En estos años ha hecho que la CEOE funcione como una empresa eficiente”, analizan los próximos a Rosell. “Se ha quitado el lastre de esa gente que formaba parte del mobiliario, que venían por la mañana a pasar el rato y luego la tarde la dedicaban a sus empresas. La organización se ha reestructurado y ahora las cuentas están saneadas. Aquí la labor de la secretaria general, Ana Plaza, ha sido determinante”. A Rosell le recriminan, sin embargo, su imagen en ocasiones distante y poco empática, así como su medida ambigüedad en algunos momentos delicados a cuenta de la cuestión catalana.

Aunque todavía le quedan dos años de mandato, la cuenta atrás ya ha comenzado. Estamos en el tiempo de descuento, tiempo de la basura, el ‘lame duck’ o pato cojo, esos meses en los que uno pierde capacidad de maniobra porque sabe que se va, que no puede revalidar mandato y hay otros ya mirándole por el rabillo del ojo.

Lo acaecido estos días en el grupo Caixa ha servido para activar el cronómetro. El relevo natural sería el de Antonio Garamendi, pero se especula con más nombres. Suenan Joaquín Gay de Montellá (Foment) y Juan Pablo Lázaro (CEIM), aunque ambos lo niegan. Sea como fuera, el próximo patrón de patrones deberá recuperar la pátina pérdida y la representatividad que le robó el hoy terminal Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC). También deberá ganarse la confianza de una ciudadanía desafecta que piensa que los agentes sociales hace tiempo que olvidaron el camino a la fábrica

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